lunes, 3 de enero de 2011

Gulf Air 136

El avión que me lleva de Bahrain a Delhi parece un autobús de inmigrantes. Ser el único blanco entre tanta piel morena me pone un poco nervioso, no porque no me gusten o porque les tenga miedo, sino porque me siento raro, una anormalidad, un invasor de otro mundo. Soy un pez fuera del agua que no se entera de nada.

Entran en tropel y parece que nunca se han montado en un avión, cosa que, por otro lado, me parece complicado, porque si están en Bahrein quiere decir que han venido, y desde luego son indios. Discuten buscando su sitio, se confunden, van y vienen, no saben contar los asientos, vuelven locos al personal de vuelo. A mí me hablan en hindi y yo les respondo en inglés, y, cosa rara, no lo entienden, y ni siquiera lo intentan. ¿Quiénes son, de dónde vienen? Sus pantalones gastados, sus zapatos roídos y viejos, sus barbas mal afeitadas, me parecen inmigrantes, gente de ese grupo inmenso que está dejando la India para vivir en el Golfo, para trabajar en hoteles, en restaurantes y bares, para servir a turistas que vienen desde el otro lado, desde Europa, de occidente. Luego los miro mejor y me parece que no, que éstos no son inmigrantes. Sus pintas un tanto cutres en realidad son prejuicios, ese velo occidental que me tiene cubiertos los ojos y que se me caerá en unos días. Les miro mejor lo que llevan y me parece que son indios ricos. ¿Empresarios, o turistas? Una cosa me sorprende: las mujeres llevan velo y visten como musulmanas. Indios musulmanes, entonces, ¿quizá son peregrinos que están volviendo de la Meca?

El aire impersonal del avión empieza a cambiar de perfume. Se llena de un olorcillo rancio, suave, de sudor dulce, como a cuero viejo y curtido, un olor que me recuerda a las casas antiguas y enormes en las que vivía la familia de mi abuelo en un pueblo de Extremadura. El olor al principio me molesta, luego empiezo a acostumbrarme y más tarde lo recuerdo: es el olor a piel india, un olor que hasta me gusta, que me sabe a natural, a de verdad, a más real que los olores que destilan en nuestro aséptico mundo de limpieza impersonal. El olor se mezcla con otros de arroz basmati y especias, y más tarde con la menta, no, espera, es cardamomo, de un ungüento que se echa la mujer que está a mi lado. Una anciana de cara arrugada vestida con túnica verde y cuya cabeza cubre un velo negro y dorado. Una señora mayor a la que tuve que ayudar a ponerse el cinturón, analfabetismo del siglo XXI, y a la que su marido, sentado detrás, tiene que rellenar el formulario que piden en inmigración. Ella sólo lo firma. No sólo le pasa a ella, más de uno tiene que hacerlo por su compañero de asiento.
Miro por entre la gente y veo zapatos quitados, pies descalzos, gente humilde. Simplicidad cotidiana que no quiere decir pobreza, si no por otra cosa sólo porque permitirse un avión para ir al Golfo Pérsico no puede resultarles barato. Saltemos las apariencias, esta gente tiene dinero. ¿Cuántos prejuicios tengo? Más viajo y más los siento.

Quizá por eso me gusta, por eso India me emociona. Porque me limpia la mente, los ojos y las ideas. Porque me enseña que el mundo no es sólo como nos lo cuentan, como lo veo en Sevilla, como lo veo en mi vida. Porque existe otra forma de ser, que sí, claro, que me choca, que podría decir que molesta, pero luego me acostumbro y con un poco de paciencia me doy cuenta de que vale, de que sirve, que funciona. Que esta vida de esta gente es tan buena (o tan mala) como buena o mala es la nuestra.

3 comentarios:

  1. Uaaaaaauuuuuuuuuuuu... sensacional!!!

    no dejes de escribir ya que permites a los que nos quedamos en ese "otro mundo" reflexionar sobre el entorno en que vivimos.

    Un fuerte abrazo!!

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  2. Me uno a la petición de Tato, no dejes de ser nuestros ojos.

    un besazo!!!

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  3. Buen relato nene, ya nos vemos cuando vuelvas.

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