miércoles, 9 de febrero de 2011

Tres monitos en mi casa

Llegaron de pronto, sin avisar ni nada. Se plantaron delante, como quien está en su casa, como quien conoce el sitio. Como a quien le importa muy poco qué o quién le está mirando. Allí, delante, tranquilos. Uno era pequeñito, joven y con aspecto nervioso. Los otros dos eran grandes, expertos, sabían lo que había. Se sentaron delante mía pero sin mirarme si quiera, como si no existiera.

Mi primer pensamiento fue de pánico, “¡Horror!” pensé “¿qué querrán de mí? ¿Querrán comida? ¿Querrán que les dé alguna cosa? ¿Me atacarán, incluso?”. Pero el pánico apenas duró un segundo. El segundo segundo fue de conmoción completa: “¡Son tres monos!” me dije. “¡Tres monitos en mi casa!”. Tres figuras peludas, de menos de medio metro de altura, encorvados como recién nacidos. Con pelambrera gris perla puntiaguda como si fueran erizos y con los rabos más largos de lo que son los tres cuerpos. Pensé mil cosas en ese momento. Pensé en acercarme, pensé en no moverme, pensé en ir al cuarto a coger la cámara de fotos. Pensé tanto en tan poco tiempo que casi ni me di cuenta cuando se estaban yendo. Como si fueran ardillas, con la agilidad de tres gatos, saltaron por una tubería y la escalaron hasta llegar al tejado.

Dudé otro segundo hasta que me levanté a buscarlos. Apenas los divisé un momento, veloces como se estaban yendo. Andando sobre las 4 patas, con unos pompis rojos como tomates, sólo el pequeño se paró a mirarme, intrigado, marujeando ante mi presencia. Pero duró poco. Los otros dos, ante los que yo era sólo un poco menos transparente que el aire, ya estaban subiendo a otro lado, y el jovenzuelo los siguió enseguida.

Y allí me quedé, solo. Mirando el tejado a ver si los veía otra vez. Tres monitos, pequeños, veloces, ágiles y saltarines. La vida simple que discurre en India. Como si fueran ardillas, como si fueran gatos, como si fueran, bueno, cualquier otra cosa. Me acordé entonces de lo que decía Terzani, que él vivía en la India porque es el país más natural que existe. Tan natural, que un animal entra en casa y se va sin decir buenos días. Y sin que a nadie le importe.

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